
Me declaro bastante escéptica. No creo en cábalas, la alineación de los planetas, maldiciones de las cadenas de mails, que Santo Tomás deba beber el primer tereré o cosas parecidas.
La incredulidad y desconfianza son mis cartas más usadas, se las reconoce cuando aparece porque la ceja izquierda se levanta ligeramente y me delata la muy desgraciada.
El azar tampoco nunca ha sido mi aliado, en esa no puedo coincidir con el gran Roa Bastos. La única vez que estuve cerca de ganarme algo fue cuando tenía unos 9 años y en la escuela se realizaba una serie de sorteos, no recuerdo en conmemoración de qué, pero sí que había sacado un numerito y no tuve mejor idea que intercambiarlo con una compañera 10 minutos antes del sorteo. ¿Hace falta decir que uno de los ganadores fue el número que cambié?
Tampoco en el amor me ha ido como un cuento de hadas, así que no se cumple en mí el famosísimo dicho que me prometía que si en el azar me iba mal sería afortunada en el amor. Me siento como Damien, el anticristo que viene a romper con toda creencia o esperanza.
Pero hay algo que no deja de sorprenderme, algo que hasta hoy es infalible, no puedo ignorarlo porque es tan poderoso que a veces agobia, otras me llena de ansiedad.
Los presentimientos.
Cuando presiento algo inexorablemente sucederá, aunque nunca tenga la certeza de lo que ocurrirá, sin embargo, puedo intuir hacia donde apunta y si es bueno o malo.
Hace un par de días tuve uno, y apenas horas después este se materializó. Fue entonces que me di cuenta que no todas las veces es tan inesperado o sorprendente como creía, sino mas bien el resultado lógico de conductas, hábitos, vicios que tarde o temprano desembocan en lo mismo.
Estén colmados de optimismo o de un brutal pesimismo, estos vaticinios están basados en antecedentes, esos que en algunos casos, como el último que experimenté, quieren ser borrados para escribir una historia nueva donde los augurios difícilmente se convierten en realidad.
En ocasiones nos sumergimos en la negación, soñamos con que eso baste para torcer el destino y que lo inesperado nos pesque ingenuos, candorosos. Las quimeras permanecen latentes hasta que la crueldad matemática de las probabilidades las hace añicos.
Cuando las emociones, los sentimientos están involucrados es difícil ver, respirar la realidad como el humo incansable de estos días, solo nos complica, pero cuando llegamos a los momentos determinantes, como bien nos lo enseñó Einstein, no podemos esperar resultados diferentes haciendo siempre lo mismo.
No niego la existencia de Milagros, una señorita primorosa y generosa me han contado, solo que a mí no me la han presentado aún.