miércoles, 20 de junio de 2012

Todo gira y gira


La vida al parecer es un eterno retorno. Semejante conclusión ha devenido tras mis casi 29 años, y no es porque los borceguíes se hayan puesto de moda nuevamente, sino porque tras haber aspirado, desde la niñez, mi independencia, la libertad de mi soledad, recorrer los recovecos de un espacio donde mi obsesión por lo vintage no fueran objeto de desprecio alguno, convirtiéndose en una persecución sin tregua; sin embargo, en este instante lo único que aspiro es encontrar alguien que llene todo ese espacio ganado tras una batalla en la que no estoy segura si existe ganador.

En esos momentos de pura iluminación caí en la cuenta de que a medida que la juventud, ese espíritu juguetón y despreocupado, ese cuerpo sin celulitis, sin barrigota, sin manchas y patas gallo, se va desvaneciendo lentamente también lo hacen esas ansias de ser para siempre un lobo solitario que no le rinde cuentas a nadie.

El esplendor de la lozanía es como una franja peatonal en el centro de Asunción, prácticamente imperceptible, la energía para depilarse, ponerse tacos y vestidos es comparable a la de un panel solar en día de lluvia, y las mañas son peores que las de un Volkswagen escarabajo. Y bajo tales circunstancias, esperamos a que  un Isaac Lamb aparezca y nos cante Marry you; y esa es, sin dudas, una empresa con pocas expectativas de éxito.

Me pregunto, ¿Dónde están esos príncipes adorables? ¿Por qué todos los que conozco son puros sapos? Y entonces, en otro acto de total y profunda concentración me vi al espejo y como el cuento de Blancanieves, no vi a la mujer más hermosa sino a una bruja que dejó que el tiempo y el abandono vencieran. Si hay un príncipe buscándome es natural que no me haya encontrado.

La soledad es asombrosamente atractiva hasta que te empezás a sentir realmente solo. No es que quiera renunciar totalmente a ella, no podría, pero todo exceso es malo y toda conquista lograda se convierte irremediablemente en algo aburrido e insulso.