lunes, 23 de mayo de 2011

Exploradores inadvertidos


Sin planearlo, sin percibirlo se nos abren las puertas de alguna dimensión desconocida, y somos pilotos de vehículos exploradores, como el Viking 1, intentando conocer, entender y desmantelar enigmas, algunos de los cuales nunca serán del todo develados.

Marcamos territorio, pretendemos dejar huellas que persistan hasta la posteridad, sellar con fuego nuestros nombres, la manía de ser el primero o el mejor.

Los seres humanos somos galaxias enmascaradas de frivolidad y simplicidad, guardándonos ese millar de estrellas de las que estamos compuestos, hasta el momento en que un Azophi revele la inconmensurable belleza que ocultamos a la vista de quienes no saben mirar más que con los ojos.

Sin discusión alguna, guardamos con celo aquello que mas preciamos, nos enroscamos al punto de que aquel que desee descubrir deba recurrir a telescopios que permitan de forma invisible examinar la hermosura que poseemos.

Cuando corazones tan brillantes se desnudan ante mí, es inevitable que me pregunte: ¿Por qué invertimos tanta energía en ocultar ese maravilloso universo?

No me puedo explicar cómo el sentir, las emociones, se convirtieron en monedas tan bajamente cotizadas, que preferimos ignorar y seguir el ritmo desaforado de la frivolidad.

Hoy, divisé una galaxia encantadora, una que tímidamente muestra sus matices, y que me agradaría todos pudieran disfrutar de la calidez de su luz.

martes, 17 de mayo de 2011

Después de la tormenta, viene un posteo


Que el pasado muerto entierre sus muertos, decía Henry Longfellow Wadsworth, y ayer uno de esos que decidí enterrar desfiló ante mis ojos, tan vivo como el día que lo conocí.

Cuando mis vestiduras hablaban de mi luto, creí no soportar la realidad de que los caminos se bifurcan incontables veces y que irremediablemente los destinos de quienes consideramos son nuestro eje gravitacional, terminan por andar rumbos distintos al que elegimos.

Carreteras rápidas que conducen a lugares abismalmente distantes y que comparten el mismo sitio paradójicamente, ese es el mundo en el que debemos desenvolvernos, y el temor a flaquear es grotescamente grande.

Sobreviví. Mejor aún, acepté cara a cara, que las decisiones tomadas, espontáneas o forzadas, eran la mejor opción. La serenidad y paz que traen consigo estas fortísimas experiencias son, indiscutiblemente, un pedazo de cielo en este inmundo universo de banalidad.

Asentada en este nuevo estadio, uno que se va desplegando paulatinamente, que me va mostrando rostros amables, manos cálidas y la sabiduría empírica que el látigo de la vida les ha dejado, componen una nueva melodía en mí, sin dejar de ser la misma canción.

Segundos en los que mi cabeza disparaba incesantemente ideas, vino una a flote, trillada quizás, pero que recientemente un nuevo amigo, uno que desearía perdurara más que uno de mis ciclos, me espetó con claras intenciones de manipulación: “Uno debe arrepentirse de lo que no hizo”.

Empero, uno se arrepiente con grosera pasión de ciertos sucesos, la diferencia entre arrepentirse de lo que no se ha hecho de lo que sí, es que en el primer caso, uno se queda con la duda enclavada en la sien de lo que hubiera sucedido, hasta convertirse casi en una utopía, y en el caso de lo hecho, cuando el arrepentimiento acude, es que ya no tiene remedio.

Cuando las cosas no encajan con nuestras fantasías, cuando una verdad nos sumerge en océanos de frustración, no existe diferencia entre hacer o no hacer, siempre moveremos las piezas del tablero, montando escenarios diversos para ver si alguna vez el resultado varía, sin embargo, como en las ciencias exactas, en ocasiones, el orden de los factores no altera el producto.