Sin planearlo, sin percibirlo se nos abren las puertas de alguna dimensión desconocida, y somos pilotos de vehículos exploradores, como el Viking 1, intentando conocer, entender y desmantelar enigmas, algunos de los cuales nunca serán del todo develados.
Marcamos territorio, pretendemos dejar huellas que persistan hasta la posteridad, sellar con fuego nuestros nombres, la manía de ser el primero o el mejor.
Los seres humanos somos galaxias enmascaradas de frivolidad y simplicidad, guardándonos ese millar de estrellas de las que estamos compuestos, hasta el momento en que un Azophi revele la inconmensurable belleza que ocultamos a la vista de quienes no saben mirar más que con los ojos.
Sin discusión alguna, guardamos con celo aquello que mas preciamos, nos enroscamos al punto de que aquel que desee descubrir deba recurrir a telescopios que permitan de forma invisible examinar la hermosura que poseemos.
Cuando corazones tan brillantes se desnudan ante mí, es inevitable que me pregunte: ¿Por qué invertimos tanta energía en ocultar ese maravilloso universo?
No me puedo explicar cómo el sentir, las emociones, se convirtieron en monedas tan bajamente cotizadas, que preferimos ignorar y seguir el ritmo desaforado de la frivolidad.
Hoy, divisé una galaxia encantadora, una que tímidamente muestra sus matices, y que me agradaría todos pudieran disfrutar de la calidez de su luz.