viernes, 11 de marzo de 2011

Efímeros relatos de una mente en clase


Esta semana en una de mis clases me dieron unos 15 minutos para realizar una redacción acerca de algo que pareciera ser insignificante, pero que sin embargo, resulta ser de vital importancia para llevar a cabo grandes cosas. Decidí hablar de una de mis tantas adicciones, la piedra filosofal de mis días. La inspiración no fue abundante, no hubo tiempo de corregir, pero para actualizar después de tanto, pues aquí se los dejo.


La modernidad convirtió en una vorágine nuestros días. El reloj con el paso acelerado no deja espacios a la contemplación y el disfrute de la simplicidad.

Correr es el modus operandi cotidiano, y nuestros actos son mecanismos impulsados por la inercia. En ese ritmo alocado que arranca tras el sonido terrorífico de un despertador, existe un instante en el que la rutina se transforma en encuentro delicioso, los segunfos renuncian a ser kamikazes y se detienen a observar el espéctaculo que conmueve mis sentidos.

La calidez al tacto, dejando atrás la frialdad robótica de mis movimientos, el aroma que se impregna y acapara mi nariz, el color oscuro que penetra en mis ojos de forma hipnótica y el sabor fuerte y empalagoso es mi despertar idilico.

La complicidad perfecta entre nosotros hace de mis mañanas una preparación ideal para afrontar desafíos, y por ello es que debo confesarme; el café matutino es mi VICIO!

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